ADORACIÓN REAL, PERPETUA Y UNIVERSAL AL SANTÍSIMO SACRAMENTO (ARPU)

Marzo 2023

EL APOSTOLADO Y LA EUCARISTIA 

Del libro: “LA EUCARISTIA AL RITMO DEL TIEMPO Y DE LA VIDA DEL CRISTIANO” de José Luis Esteban Vallejo.

Manual del adorador de Jesús Sacramentado en la Adoración Real, Perpetua y Universal (ARPU): doctrina-oración-práctica.

Texto seleccionado por Doña Trinidad Ordás

3.2.10. El apostolado y la Eucaristía

  1. La espiritualidad de la ARPU es destacadamente apostólica y misionera Bastaría citar que el carisma fundacional que «como inspiración divina, resonaba constantemente en el alma de la fundadora: Quiero ser adorado de todos los hombres en el Santísimo Sacramento», ha de llevarse a cabo por todos los adoradores en la parte que les corresponde a cada uno Los Estatutos concretan y urgen:

«Para ello, con espíritu misionero de conquista y ardor apostólico, aprovechen los adoradores cuantas ocasiones puedan para llevar almas a Dios, que le adoren ‘en espíritu y en verdad’, acercándolas cada vez más a Jesús Sacramentado, como con sus ejemplos y palabras lo hizo la Fundadora, lleno de celo incansable» (art.4º).

En el objeto y fin de esta Asociación se incluye «reunir alrededor de los sagrarios el mayor número posible de personas» (art. 2.)

La norma fundamental, en su tercer requisito según alguna enmienda de los Estatutos, recoge esta idea «hacer de puente o conector entre el mayor número posible de personas y la Eucaristía»

Una de las características de la espiritualidad del adorador en la ARPU es la de ser «evangelizador distinguiéndose por su colaboración en las áreas eclesiales, según objetivos parroquiales, diocesanos…” y más en concreto -valga la redundancia- «eucarístico fomentando un clima eucarístico y trabajando por difundir y promover la fe en la Presencia Real y la Adoración al Santísimo Sacramento» (Estatutos complementarios, art. 6º).

Haciendo una concreción de los campos de apostolado y evangelización, los Estatutos citan de una Carta sobre el Misterio y culto de la Eucaristía (24-2-1980) de Juan Pablo II:

«Procuren (los adoradores) cooperar con los sacerdotes en el apostolado parroquial, para formar un ambiente de auténtica piedad cristiana, teniendo presente que ‘del culto a la Eucaristía brota todo el estilo sacramental de la vida del cristiano»»(art. 7).

  1. Hay que partir en el apostolado de que «nosotros somos simples braceros, porque Dios es quien siembra[1].

En este sentido hay que entender aquello de Pablo: «Yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien dio el incremento (…). Nosotros somos colaboradores de Dios (1 Cor.3, 6-9).

Somos colaboradores suyos y en su campo:

Jesús, «por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo»[2] (con infinita generosidad).

Este texto del Fundador del Opus Dei envuelve cierta relación con la Eucaristía: manos llagadas, trigo, sangre. El Concilio Vaticano ll da una clave de relación entre apostolado y Eucaristía: «Son los sacramentos, y sobre todo la Eucaristía, los que comunican y alimentan en los fieles la caridad que es como el alma de todo el apostolado» (Apost Actuositatem, 3).

  1. El apostolado -deber de todo cristiano por bautizado y confirma do, en el adorador reviste – debe revestir- características de verdadero celo eucarístico. Es uno de los tres puntos que incluye o comprende la norma fundamental de pertenencia a nuestra Asociación o Movimiento eucarístico: Tener celo eucarístico porque «el amor de Cristo nos urge» (2 Cor.5, 14). Es un punto en el que debemos examinarnos con frecuencia por no decir que todos los días: si amamos a Cristo realmente presente en la Eucaristía, cómo le amamos y si somos apóstoles empezando por nosotros mismos; ¡apóstol, tú el primero! ¿Nos preparamos bien cada vez que vamos a comulgar? ¿Nos proponemos acompañar a Jesús en el Sagrario donde tantas veces se encuentra olvidado de los cristianos? ¡El Amor no es amado! ¿Ponemos empeño para orientar toda nuestra jornada hacia el santo Sacrificio del Altar? ¿Ayudamos a nuestros amigos y parientes a acercarse dignamente a este alimento celestial? Varios de los puntos o pautas de examen que hacemos en nuestra reunión mensual insisten en este tema del apostolado eucarístico; para realizarlo o cumplirlo hemos de hablar mucho del amor de Cristo en la Eucaristía, hemos de explicar mucho a las personas queridas o conocidas o a quienes tengamos ocasión y relación -«oportuna e importunamente» lo hacia San Pablo- que en este Sacramento encontrarán la fuerza para vencer todas las dificultades; hemos de recordar a todos la necesidad de recibir dignamente a Jesús, Jesús, y por tanto, la obligación de acudir al sacramento de la Penitencia para purificar la conciencia de todos los pecados graves, antes de comulgar, por aquello que dice el Apóstol: «Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del Cáliz» (1 Cor. 11, 28). Hemos de formar delicadamente conciencia como enseña el Papa en las Encíclicas: Redemptor óminis, 20; Dominicae Cenae, 73; Reconciliatio et paenitentia, 27; la Comunión frecuente reclama a la confesión frecuente: «No es solamente la Penitencia la que conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia».

Son innumerables veces las que ha intervenido el Santo Padre en discursos alocuciones, homilías, cartas anuales los sacerdotes en Santo, documentos magisteriales sobre estos puntos en lo largo de su pontificado.

«Cuando nos damos cuenta de Quién es el que recibimos en la Comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con dolor de nuestros pecados y la necesidad interior de purificación»[3].

Además «para evitar rutina (…), para profundizar continuamente el espíritu de veneración, que el hombre debe a Dios mismo y a su Amor tan admirablemente revelado”[4].

Más recientemente (Jueves Santo, 17 de abril de 2003) Juan Pablo II ha intervenido con su  Ecclesia de Eucharistia (cf.n.37) y con todo un capítulo dedicado «Decoro de la celebración eucarística»

La parábola evangélica de los invitados al banquete de las bodas tiene una concreción en la Eucaristía anticipo del banquete del Reino de los Cielos. Jesús nos invita a una mayor intimidad con Él en su mesa y en la adoración eucarística una mayor entrega y confianza.

Y cada día nos llama para que acudamos a la mesa que nos tiene preparada: «Tomad y comed, tomad y bebed…”Él es quien invita, y Él mismo se da como manjar, pues este gran banquete del que habla Isaías (cf. ‘SI 25,6) es figura también de la Comunión que a su vez anticipa el definitivo de la salvación en el Cielo.

El banquete está preparado nos dice a cada uno… y son muchos los ausentes, los que no valoran el bien supremo de la Sagrada Eucaristía. Dejan de acudir a la llamada del Señor por cuatro insignificancias, porque no aprecian el amor de Cristo en cada Comunión, en cada Sagrario.

Son muchos los ausentes, y, por eso, espera que no faltemos nosotros. Y nos envía también a llamar a otros: «Id a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis» (Mt. 22,9). Es el apostolado eucarístico; nos envía para que con un apostolado amable, paciente, eficaz, enseñemos a tantos amigos y conocidos la inconmensurable dicha de haber encontrado a Cristo. Así hicieron quizá con nosotros: «Escuchad de dónde fuisteis llamados: ¿Y qué erais entonces? Cojos y mutilados del alma, que es mucho peor que serlo del cuerpo»[5]. Pero el Señor tuvo misericordia y quiso llamarnos a su intimidad, la mayor que se puede dar en la tierra está en la recepción y contemplación de la Eucaristía. Tengámosla nosotros con los demás en forma de apostolado. Es un gran bien, es un gran amor al prójimo muy grato al Señor. Pues Él desea ser creído, recibido, acompañado y adorado de todos los hombres. Es nuestro carisma y apostolado en la ARPU.

  1. No debemos olvidar nunca el optimismo radical que comporta el mensaje cristiano: el apostolado siempre da un fruto desproporcionado a los méritos empleados. «Mis elegidos no trabajarán en vano» (|s. 65,23). EI Señor, si somos fieles, nos concederá ver, en la otra vida, todo el bien que produjo nuestra oración, las horas de trabajos que ofrecimos por otros, la conversaciones que sostuvimos con nuestros amigos, la horas de enfermedad ofrecidas, el resultado de aquel encuentro del que nunca más tuvimos noticias, los frutos de todo lo que aquí nos pareció un fracaso, a quienes alcanzó aquella oración del Santo Rosario que rezamos… nada quedó sin fruto: una parte el ciento otra el sesenta y otra el treinta. De nosotros depende todo -como si dependiera todo-, aun sabiendo que todo depende de Dios que es quien da el incremento.

«A nadie está permitido infravalorar el Misterio confiado» (el de la Eucaristía: Ecc.de Euch, n.52). Cada quien puede o debe apropiarse estas palabras si no lo diese a conocer con un apostolado eucarístico oportuno constante, ejemplar. Será siempre la Eucaristía bien celebrada y adorada la que encienda el fuego del celo apostólico, el querer entregar a otros las maravillas contempladas.

Burgos, 1 de marzo de 2023

 

[1] San Agustín, Sermón, 73, 3

[2] Josemaría Escriba de Balaguer, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1974. P. 321

[3] Juan Pablo I, Exhortación Apostólica postsinodal Reconcillatio paenitentia (2-X11-1984); cf. Carta Apostólica en forma de «Motu Propio» Misericordia Dei (7-IV- 202): Juan Pablo II y la Confesión, en Mundo cristiano, nºs 339-340, Madrid 1982, 87 pp.

[4] Juan Pablo II y la Confesión, c.c,. 59

[5] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre  San Mateo, 69,2

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